Para
muchos es la película Leone por excelencia. Y no es un decir. Aquí,
se aparta por primera vez del “plagio” de Kurosawa, el estilo se
impone sobre el guión, se documenta hasta la obsesión por la
leyenda americana, sus personajes adoptan una psicología que será
inconfundible, y Morricone nos sorprenderá con su carrillón. Sea
como fuere, por una vez las críticas dispares se dirigirían hacia
el lado positivo. Antonio Castro escribía para Film Ideal en 1966
que <<sus puntos de interés son muchos (…) en la perfecta
asimilación que Leone demuestra del Western, en su efectismo cara al
público (…), en su perfección absolutamente matemática (…) con
que está construido el film>>.
Fotograma de "La muerte tenía un precio"
Por un puñado de dólares arrasaba en taquilla, y lo mejor
aún estaba por venir. Esto siempre es un arma de doble filo para un
creador. Él éxito por un lado; la presión ante el proyecto futuro
por el otro. Sin descartar que volvería por la senda del western,
pensó en un primer momento en despistar a la audiencia con algo de
corte más neorrealista (pensaba en un relato llamado “Viale
Glorioso”, que recordaba a la primera etapa de Fellini). Daba
vueltas y más vueltas al terror y al thriller, pero había algo que
no le permitía sacarse el Oeste de la cabeza. Quizá fuera el
agradecimiento que debía al género tras haberse quitado de encima a
la Jolly productions gracias a los beneficios (si bien el juicio
tardaría unos cuantos años por liberar a Leone de sus garras por
completo), o quizá la idea de seguir ahondando en un territorio en
el que había conseguido desenvolverse con soltura. Para el orgullo
de un artista, ver cómo surgen imitadores de tu obra que tratan de
colapsar los méritos de uno, debe ser frustrante, y en aquella época
éstos surgían de debajo de las piedras. Con mayor o menor renombre,
figuras como Sergio Corbucci, Duccio Tessari, Franco Giraldi
amenazaban su puesto de honor con personajes nada desdeñables como
Django, del que se hablará en entradas posteriores. También hay que
decir, que un porcentaje muy alto de estas producciones se estrenaban
en los llamados cine de terza visione, que proyectaban trabajos de
una calidad pésima.
Pero
la película es un equipo, y el futuro de Leone no era el único que
se ponía a prueba.El equipo técnico
de la primera película del “Dólar” se movía como pez en el
agua entre los numerosos spaghetti western (la palabra se acuñará
tras el estreno de la película que se comenta en esta entrada, sin
mucha aprobación en un principio por parte de Leone). Clint
Eastwood estaba a punto de terminar la serie televisiva de Rawhide
(1959 -1965) que le había dado
trabajo pero no renombre. La Jolly Productions, anticipándose a los
deseos del director italiano, quiso contar desde un primer momento
con él para una continuación de Por un puñado...
de la que solo tenía título y voluntad de conseguir una estrella.
En honor a Eastwood hay que decir que rechazó la petición de la
Jolly alegando que en Italia solo trabajaría con Leone. Y aunque
risible la situación, el director italiano estaba en las mismas en
un plano aparte, consiguiendo mientras tanto, abogado y productor, el
célebre Alberto Grimaldi, que según palabras de su mujer, llegó a
sus vidas en el momento exacto. Este se ofreció a financiar la
próxima empresa de su cliente ofreciendo todos los posibles gastos,
sueldos, pero a cambio de un cincuenta por ciento de beneficios.
Ahora solo tenían que buscar un guión, que llegaría de la mano de
dos guionistas muy jóvenes, tanto, que Leone les pagaría una enorme
suma para que abandonaran la idea de aparecer en los créditos. Una
vez los desligase contrataría los servicios de Luciano Vincenzoni,
un guionista veneciano que había trabajado para nombres como
Monicelli, en historias apartadas por completo de lo que se disponía
a escribir. El motivo de su elección demuestra lo bien orientado que
tenía su obra, a pesar de que careciese de argumento sólido
-argumento a secas-. Una situación parecida lo llevaría a fichar a
Lee van Cleef. Vincenzoni debía aportar una importante nota
humorística de la que adolecía la primera entrega, y fue
responsable en parte de que la película triunfara como lo hizo.
Nueve días le bastaron a
Vincenzoni para hacerse con el guión (algo contrariado aseguraría
no entender la contradicción de su trabajo, refiriéndose a fracasos
en los que había trabajado y para los que se había tirado meses de
sufrimiento).
Ya contaban con productor,
director, guión y estrella... los elementos básicos. Pero en ese
momento, cuando otro se habría puesto a rodar, entró en
funcionamiento el estilo que haría del cineasta una leyenda. Porque
Leone debía documentarse. Comenzaba a obsesionarse con el Oeste
americano, y no quería ser incluido en el saco de sus imitadores.
Todo quedaría parado (sin haber comenzado) hasta que no estuviera
todo bien hilvanado. Para eso fueron a Washington, porque era la
única forma de destacar sobre el resto. Era el momento de dejar de
ser Bob Robertson (sobrenombre con el que firmaba sus películas
hasta esta que nos ocupa) y pasar a ser Sergio Leone.
Antonio Carrasco Sabroso 2º A3
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