domingo, 17 de noviembre de 2013

LA TRILOGÍA DEL DÓLAR II: LA MUERTE TENÍA UN PRECIO (PARTE I): PRESIÓN ANTE EL ÉXITO Y VUELTA AL OESTE.

Para muchos es la película Leone por excelencia. Y no es un decir. Aquí, se aparta por primera vez del “plagio” de Kurosawa, el estilo se impone sobre el guión, se documenta hasta la obsesión por la leyenda americana, sus personajes adoptan una psicología que será inconfundible, y Morricone nos sorprenderá con su carrillón. Sea como fuere, por una vez las críticas dispares se dirigirían hacia el lado positivo. Antonio Castro escribía para Film Ideal en 1966 que <<sus puntos de interés son muchos (…) en la perfecta asimilación que Leone demuestra del Western, en su efectismo cara al público (…), en su perfección absolutamente matemática (…) con que está construido el film>>.


Fotograma de "La muerte tenía un precio"


Por un puñado de dólares arrasaba en taquilla, y lo mejor aún estaba por venir. Esto siempre es un arma de doble filo para un creador. Él éxito por un lado; la presión ante el proyecto futuro por el otro. Sin descartar que volvería por la senda del western, pensó en un primer momento en despistar a la audiencia con algo de corte más neorrealista (pensaba en un relato llamado “Viale Glorioso”, que recordaba a la primera etapa de Fellini). Daba vueltas y más vueltas al terror y al thriller, pero había algo que no le permitía sacarse el Oeste de la cabeza. Quizá fuera el agradecimiento que debía al género tras haberse quitado de encima a la Jolly productions gracias a los beneficios (si bien el juicio tardaría unos cuantos años por liberar a Leone de sus garras por completo), o quizá la idea de seguir ahondando en un territorio en el que había conseguido desenvolverse con soltura. Para el orgullo de un artista, ver cómo surgen imitadores de tu obra que tratan de colapsar los méritos de uno, debe ser frustrante, y en aquella época éstos surgían de debajo de las piedras. Con mayor o menor renombre, figuras como Sergio Corbucci, Duccio Tessari, Franco Giraldi amenazaban su puesto de honor con personajes nada desdeñables como Django, del que se hablará en entradas posteriores. También hay que decir, que un porcentaje muy alto de estas producciones se estrenaban en los llamados cine de terza visione, que proyectaban trabajos de una calidad pésima.

Pero la película es un equipo, y el futuro de Leone no era el único que se ponía a prueba.El equipo técnico de la primera película del “Dólar” se movía como pez en el agua entre los numerosos spaghetti western (la palabra se acuñará tras el estreno de la película que se comenta en esta entrada, sin mucha aprobación en un principio por parte de Leone). Clint Eastwood estaba a punto de terminar la serie televisiva de Rawhide (1959 -1965) que le había dado trabajo pero no renombre. La Jolly Productions, anticipándose a los deseos del director italiano, quiso contar desde un primer momento con él para una continuación de Por un puñado... de la que solo tenía título y voluntad de conseguir una estrella. En honor a Eastwood hay que decir que rechazó la petición de la Jolly alegando que en Italia solo trabajaría con Leone. Y aunque risible la situación, el director italiano estaba en las mismas en un plano aparte, consiguiendo mientras tanto, abogado y productor, el célebre Alberto Grimaldi, que según palabras de su mujer, llegó a sus vidas en el momento exacto. Este se ofreció a financiar la próxima empresa de su cliente ofreciendo todos los posibles gastos, sueldos, pero a cambio de un cincuenta por ciento de beneficios. Ahora solo tenían que buscar un guión, que llegaría de la mano de dos guionistas muy jóvenes, tanto, que Leone les pagaría una enorme suma para que abandonaran la idea de aparecer en los créditos. Una vez los desligase contrataría los servicios de Luciano Vincenzoni, un guionista veneciano que había trabajado para nombres como Monicelli, en historias apartadas por completo de lo que se disponía a escribir. El motivo de su elección demuestra lo bien orientado que tenía su obra, a pesar de que careciese de argumento sólido -argumento a secas-. Una situación parecida lo llevaría a fichar a Lee van Cleef. Vincenzoni debía aportar una importante nota humorística de la que adolecía la primera entrega, y fue responsable en parte de que la película triunfara como lo hizo.

Nueve días le bastaron a Vincenzoni para hacerse con el guión (algo contrariado aseguraría no entender la contradicción de su trabajo, refiriéndose a fracasos en los que había trabajado y para los que se había tirado meses de sufrimiento).

Ya contaban con productor, director, guión y estrella... los elementos básicos. Pero en ese momento, cuando otro se habría puesto a rodar, entró en funcionamiento el estilo que haría del cineasta una leyenda. Porque Leone debía documentarse. Comenzaba a obsesionarse con el Oeste americano, y no quería ser incluido en el saco de sus imitadores. Todo quedaría parado (sin haber comenzado) hasta que no estuviera todo bien hilvanado. Para eso fueron a Washington, porque era la única forma de destacar sobre el resto. Era el momento de dejar de ser Bob Robertson (sobrenombre con el que firmaba sus películas hasta esta que nos ocupa) y pasar a ser Sergio Leone.



Antonio Carrasco Sabroso 2º A3



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