Desmitificando a Leone, Vincenzoni
diría más adelante que el que estudió en la Biblioteca del
Congreso de Washington todo lo referente al Oeste había sido él,
que Sergio no salió apenas de su habitación de hotel. Pero no había
nada más que acudir a entrevistas a su persona para ver el auténtico
caudal de conocimientos que acumuló en poco tiempo. Si ya antes de
ser quien fue, era un fetichista imposible (en su primera época ya
coleccionaba vajilla romana del XVIII), no resulta difícil imaginar
la injusticia con que su coguionista lo juzgaba en retrospectiva.
Comenzó leyendo a Mark Twain (que le inspiró la leyenda de Jack
Slade, un sheriff implacable del XIX), y siguió con Thomas Dinsdale
, con cronistas y periódicos de la época, degenerando en catálogos
de armas y de grabados ilustrativos. Y como demostraría más
adelante, Leone era ante todo memoria visual, por lo que los westerns
que se dedicó a ver desde su infancia se añadirían a esa mezcla
imperfecta dando un resultado encomiable.
Mark Twain junto a Jack Slade
Cuando los dos coguionistas
alcanzaron el grado de detallismo pretendido, volvieron de nuevo a
Roma, pero no sin antes pasar por la residencia de Clint Eastwood, al
que entusiasmó de nuevo relatando apasionadamente cada escena de su
nuevo proyecto. A la estrella de Por un puñado... se le
pagarían 50.000 dólares y un pequeño margen de los beneficios. En
cuanto al resto del reparto, Leone trató por todos los medios de
contactar con Henry Fonda, Charles Bronson y Lee Marvin, pero en
aquel momento no estaban disponibles. Ya llegaría su momento.
Mientras tanto, debían volver a Europa para ver los decorados. Allí,
Grimaldi había cumplido bien con su trabajo, asegurándose las
localizaciones para una de las películas más cosmopolitas del
director italiano. Ya habían rodado en España para la primera
parte, aprovechando los decorados de “El Zorro” de Romero
Marchent, pero ahora se construiría una ciudad entera en las Matas,
Almería, cuyo objetivo sería emular El Paso. No sería la primera
gran película rodada en Almería, pues tres años antes, había
estado David Lean con su Lawrence. El cosmopolitismo se vería
también en la coproducción, a caballo entre Roma, Madrid y Munich.
Lo que no se rodara en Almería se rodaría en la capital italiana.
Según su biógrafo, a diferencia de Por un puñado... donde
rodó apenas unas escenas fuera de su país, dejando gran parte de la
responsabilidad a su ayudante de dirección, ahora se movería allí
la práctica totalidad del tiempo. Todavía se conservan fotografías
que se muestran en diferentes exposiciones del artista donde se ve a
Leone con su sombrero de vaquero, jugando con sus hijas frente a uno
de los edificios de la ciudad ficticia construida en las Matas.
Gracias a estas producciones, se
estaba dando trabajo a miles de personas que, repartidas en multitud
de puestos (no solo extras, también técnicos o dueños de
restaurantes donde el equipo se reuniría para las comidas) se
ganaron durante dos décadas con un negocio impensable diez años
atrás. Con la siguiente crisis cinematográfica de mediados de los
setenta, Las Matas pasaría a ser una ciudad fantasma, tan bien
retratada por Álex de la Iglesia en 800 balas (2002). Hay que
entender que no solo pasaban por aquí las producciones del spaghetti
western. Ramales de las grandes productoras de Hollywood (y no
olvidemos el llamado chorizo western) nutrían a las poblaciones de
alrededores. No solo en Almería. En La Pedriza, a las afueras de
Madrid, se hizo otro miniestudio, si bien de un tamaño más
reducido, en el que se rodarían películas como Doctor Zhivago
(David Lean, 1965) o el mismo Django de Corbucci.
El Oeste Americano en la Península Ibérica
Para esta película, Leone llevaba
bien aprendidos sus referentes. A Butt Boetticher le confesaría que
había bebido de su cine para llenar con su espíritu al suyo. Y si
en la anterior, tenía a Kurosawa, ahora era el turno de Aldrich y su
Veracruz (1954), de donde toma prestados los dos cazadores de
recompensas. Es este un punto en el que discrepa con el Oeste
americano. Hasta entonces, la imagen que Hollywood había proyectado
era la del cazador arrepentido por lo mezquino de su trabajo. Siempre
habían comenzado a ejercer aquella profesión debido a alguna
tragedia familiar, pero pronto acaban redimiéndose. Los cazadores de
Leone no parecen tener remordimientos (si bien en la próxima
entrada, veremos cómo gracias al flashback y la música de Morricone
se dibuja una cierta psicología de estos), es la codicia lo que les
mueve, y no parecen arrepentirse de ello. Christopher Frayling,
biógrafo de Leone, pone el ejemplo de un western americano, donde
Henry Fonda pide una habitación en un motel, y tras mirarlo mal, le
rechazan alegando que no hay ninguna habitación. Medio avergonzado y
escuchando a lo lejos alguna carcajada, abandona el local. En una
película de Leone, la situación cambia, pues en “La muerte
tenía...” Eastwood “el Manco” no aceptará un no por
respuesta y al final le darán una habitación. Vincenzoni decía que
para el público italiano, esto no le resultaba muy raro, al fin y al
cabo era la picardía italiana la que se retrataba. En esta entrega
como en la anterior, los vaqueros de Leone debían ser despiertos, y
salir bien enseñados antes de comenzar la película. En caso de
darse lo contrario, no tardarían mucho en aprender la primera
lección, como le ocurre al “Manco” al poco de comenzar el
metraje...
...porque el antagonista es bien
duro. Y aquí radica otro punto esencial en el que marcar una
diferencia, tanto con el western americano como con la película “Por
un puñado de dólares”, donde el malo no acabó convenciendo,
resultando muy inferior a Eastwood. En “La muerte tenía un precio”
no ocurriría lo mismo. El malo tenía que dar miedo. Y por suerte,
Leone ya había escogido al candidato ideal.
Antonio Carrasco Sabroso 2º A3
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