domingo, 17 de noviembre de 2013

LA TRILOGÍA DEL DÓLAR II: LA MUERTE TENÍA UN PRECIO (PARTE II): MARCANDO UN ESTILO ANTES DE EMPEZAR A RODAR.

Desmitificando a Leone, Vincenzoni diría más adelante que el que estudió en la Biblioteca del Congreso de Washington todo lo referente al Oeste había sido él, que Sergio no salió apenas de su habitación de hotel. Pero no había nada más que acudir a entrevistas a su persona para ver el auténtico caudal de conocimientos que acumuló en poco tiempo. Si ya antes de ser quien fue, era un fetichista imposible (en su primera época ya coleccionaba vajilla romana del XVIII), no resulta difícil imaginar la injusticia con que su coguionista lo juzgaba en retrospectiva. Comenzó leyendo a Mark Twain (que le inspiró la leyenda de Jack Slade, un sheriff implacable del XIX), y siguió con Thomas Dinsdale , con cronistas y periódicos de la época, degenerando en catálogos de armas y de grabados ilustrativos. Y como demostraría más adelante, Leone era ante todo memoria visual, por lo que los westerns que se dedicó a ver desde su infancia se añadirían a esa mezcla imperfecta dando un resultado encomiable.

Mark Twain junto a Jack Slade

Cuando los dos coguionistas alcanzaron el grado de detallismo pretendido, volvieron de nuevo a Roma, pero no sin antes pasar por la residencia de Clint Eastwood, al que entusiasmó de nuevo relatando apasionadamente cada escena de su nuevo proyecto. A la estrella de Por un puñado... se le pagarían 50.000 dólares y un pequeño margen de los beneficios. En cuanto al resto del reparto, Leone trató por todos los medios de contactar con Henry Fonda, Charles Bronson y Lee Marvin, pero en aquel momento no estaban disponibles. Ya llegaría su momento. Mientras tanto, debían volver a Europa para ver los decorados. Allí, Grimaldi había cumplido bien con su trabajo, asegurándose las localizaciones para una de las películas más cosmopolitas del director italiano. Ya habían rodado en España para la primera parte, aprovechando los decorados de “El Zorro” de Romero Marchent, pero ahora se construiría una ciudad entera en las Matas, Almería, cuyo objetivo sería emular El Paso. No sería la primera gran película rodada en Almería, pues tres años antes, había estado David Lean con su Lawrence. El cosmopolitismo se vería también en la coproducción, a caballo entre Roma, Madrid y Munich. Lo que no se rodara en Almería se rodaría en la capital italiana. Según su biógrafo, a diferencia de Por un puñado... donde rodó apenas unas escenas fuera de su país, dejando gran parte de la responsabilidad a su ayudante de dirección, ahora se movería allí la práctica totalidad del tiempo. Todavía se conservan fotografías que se muestran en diferentes exposiciones del artista donde se ve a Leone con su sombrero de vaquero, jugando con sus hijas frente a uno de los edificios de la ciudad ficticia construida en las Matas.

Gracias a estas producciones, se estaba dando trabajo a miles de personas que, repartidas en multitud de puestos (no solo extras, también técnicos o dueños de restaurantes donde el equipo se reuniría para las comidas) se ganaron durante dos décadas con un negocio impensable diez años atrás. Con la siguiente crisis cinematográfica de mediados de los setenta, Las Matas pasaría a ser una ciudad fantasma, tan bien retratada por Álex de la Iglesia en 800 balas (2002). Hay que entender que no solo pasaban por aquí las producciones del spaghetti western. Ramales de las grandes productoras de Hollywood (y no olvidemos el llamado chorizo western) nutrían a las poblaciones de alrededores. No solo en Almería. En La Pedriza, a las afueras de Madrid, se hizo otro miniestudio, si bien de un tamaño más reducido, en el que se rodarían películas como Doctor Zhivago (David Lean, 1965) o el mismo Django de Corbucci.

El Oeste Americano en la Península Ibérica

Para esta película, Leone llevaba bien aprendidos sus referentes. A Butt Boetticher le confesaría que había bebido de su cine para llenar con su espíritu al suyo. Y si en la anterior, tenía a Kurosawa, ahora era el turno de Aldrich y su Veracruz (1954), de donde toma prestados los dos cazadores de recompensas. Es este un punto en el que discrepa con el Oeste americano. Hasta entonces, la imagen que Hollywood había proyectado era la del cazador arrepentido por lo mezquino de su trabajo. Siempre habían comenzado a ejercer aquella profesión debido a alguna tragedia familiar, pero pronto acaban redimiéndose. Los cazadores de Leone no parecen tener remordimientos (si bien en la próxima entrada, veremos cómo gracias al flashback y la música de Morricone se dibuja una cierta psicología de estos), es la codicia lo que les mueve, y no parecen arrepentirse de ello. Christopher Frayling, biógrafo de Leone, pone el ejemplo de un western americano, donde Henry Fonda pide una habitación en un motel, y tras mirarlo mal, le rechazan alegando que no hay ninguna habitación. Medio avergonzado y escuchando a lo lejos alguna carcajada, abandona el local. En una película de Leone, la situación cambia, pues en “La muerte tenía...” Eastwood “el Manco” no aceptará un no por respuesta y al final le darán una habitación. Vincenzoni decía que para el público italiano, esto no le resultaba muy raro, al fin y al cabo era la picardía italiana la que se retrataba. En esta entrega como en la anterior, los vaqueros de Leone debían ser despiertos, y salir bien enseñados antes de comenzar la película. En caso de darse lo contrario, no tardarían mucho en aprender la primera lección, como le ocurre al “Manco” al poco de comenzar el metraje...

...porque el antagonista es bien duro. Y aquí radica otro punto esencial en el que marcar una diferencia, tanto con el western americano como con la película “Por un puñado de dólares”, donde el malo no acabó convenciendo, resultando muy inferior a Eastwood. En “La muerte tenía un precio” no ocurriría lo mismo. El malo tenía que dar miedo. Y por suerte, Leone ya había escogido al candidato ideal.

Antonio Carrasco Sabroso 2º A3


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