En
1973, el año en que murió Pablo Picasso, se publicó en el National
Review un artículo de Lawrence Nevins, un profesor universitario que
afirmaba que si el pintor no hubiera realizado el Guernika, haría
mucho tiempo que el suceso hubiera sido olvidado. Lo cierto es que
Picasso muere sin que se haya solucionado el revuelo ya levantado el
año de su ejecución, 1937. Polémicas en torno al bombardeo, a la
obra, su simbología y al lugar donde debía estar. Y numerosas
maniobras por parte de bandos interesados porque no levante más
revuelo del ya formado ni más daño del ya infligido.
Un
punto de inflexión es 1969. Hasta entonces -y más allá de la
muerte del artista-, la bibliografía se muestra confusa, y los
autores así lo manifiestan. Ya sea por ignorancia, por encubrimiento
de ciertas entidades, lo cierto es que treinta años después de la
masacre aún se duda sobre quién fue el responsable del atentado
contra el pueblo vasco. En 1962, James Cleugh responsabilizará a los
jefes republicanos, que en su huída habían incendiado la ciudad
(por lo que no habrían sido las bombas) Asegura que las mujeres de
las pinturas de Picasso asomadas a las ventanas responderían a dicho
incendio. En lo que coinciden todos estos ensayos es en la
indecisión, decía, al no poder cargar el peso del crimen sobre
alguien en concreto. Esto se manifiesta en el de Cleugh, que también
habla de cierta responsabilidad nacionalista, sin adjudicarle el
papel principal (se culpabilizó durante mucho tiempo a los mineros
asturianos e incluso a tropas italianas), puesto que todos los
habitantes de Guernica estarían en refugios. Este dato es
trascendente, porque se trata del primer libro que pasa la censura en
España acusando a los nacionales.
Junto
con el de Cleugh, otros pasan la censura en los años inmediatamente
posteriores. Así, en el 65, ve la luz el libro de Hugh Thomas, que
grosso modo, trata de esbozar nuevos culpables, achacando el crimen
por primera vez a una escuadrilla alemana -a la que sin embargo no da
nombre-. Tampoco aporta fuente alguna al hablar del número de
víctimas, que estima en inferior a doscientas. Igual que vacila
Thomas, también lo harán Carlos Seco Serrano y Georges - Roux.
Mientras
tanto, Picasso guarda silencio. Eso era tarea de historiadores. Por
lo que él se limitaría a escuchar mientras que no se chocara con su
deseo expreso de trasladar el cuadro a Madrid. A pesar del gran éxito
del que goza la obra también entonces, las críticas hacia su
calidad se contraponen, del mismo modo que ocurre con el número de
víctimas o con el responsable de los hechos. Dos son las líneas
generales: los que opinan, como en el caso de H. G. Dahms, que la
pintura ha alcanzado notabilidad debido al hecho histórico (que en
realidad fue muy desvirtuado por los medios), y los que, como Brian
Crozier, afirman que si el hecho se ha desvirtuado es debido al
terror que inspira la que considera la obra maestra de Picasso. Un
año más tarde, en “The Times” llega a comentar lo siguiente:
“Ironía de la historia, la pintura de Picasso conmemora
probablemente un acontecimiento que no tuvo lugar”, basándose
en la tergiversación de un testimonio de un tal vicemariscal de las
fuerzas aéreas francesas, que nunca llega a decir tal cosa. Gil
Mugarza afirma algo parecido: “el bombardeo (…) alcanzó
relieve mundial más por el célebre cuadro de Picasso que por el
efecto destructivo de las bombas”.
Quien
no puede guardar silencio al respecto es el gobierno de la nación,
debido a la brecha que ha surgido con el País Vasco y cuyo punto
culminante fue el célebre bombardeo. En 1969, se lleva a cabo una
campaña de propaganda para que el cuadro vuelva a Madrid, alegando
una falsa unión de gentes al afirmar que el Guernika fue realizado
para el conjunto del pueblo español. Es entonces cuando el abogado
de Picasso se pronuncia advirtiendo que el cuadro descansará en
España cuando gobierne la república. Es a ella a quien ha dedicado
la obra y a la que ha destinado el dinero por su ejecución.
Florentino Pérez Embid, director general de Bellas Artes le ofrece
un puesto de honor en el, por entonces en construcción, Museo de
Arte Contemporáneo de Madrid. Picasso ya no vuelve a decir nada. La
idea ha quedado clara. El gobierno, derrotado por tanto, tratará de
seguir con su objetivo vasco con otros medios (la condena a muerte de
Antonio Arrizabalga, por ejemplo, la conmutan por treinta años de
cárcel).
Por
otro lado, no se arroja más luz ni sobre el cuadro, gracias a
estudios como el de Carlos Rojas, ni sobre el hecho en sí. Para
tratar de poner en orden los diferentes estudios, se nombra a Ricardo
de la Cierva director al frente de la llamada “Sección de
Estudios sobre la Guerra de España”. De la Cierva trata de
pacificar todos los frentes apuntando un día una hipótesis y
rebatiéndola al siguiente. Tratando de conseguir el cuadro uno y
fracasando al otro. El resultado: el desprestigio por parte de sus
compañeros contemporáneos. En lo que se considera en la época uno
de sus pocos aciertos es en la publicación de un ensayo del
neofranquista Vicente Talón, uno de los primeros que afirma con
rotundidad que el responsable fue la Legión Cóndor (aunque sus
hipótesis no esconden un notorio encubrimiento de la causa
nacionalista). No obstante, de la Cierva vuelve a fastidiarla con la
negación de las hipótesis de Talón un año más tarde, reabriendo
de nuevo el debate por el cuadro en lo que vendría a ser una nueva
vuelta de tuerca. Afirma en esta ocasión que a pesar de la calidad
del cuadro, el desastre del Guernika no fue más que una exageración
si se compara con el desastre de Durango (que no habría recibido
tanta propaganda). En cualquier caso, Picasso en España sigue siendo
objeto de numerosos análisis y estudios de arte, y su obra no cesa
de ilustrar los ensayos que de la guerra civil se van publicando,
como el de Bernardo Gil Mugarza, el enésimo de Ricardo de la Cierva,
que llega a hablar de una responsabilidad de las tropas italianas
para volver a los rojos una vez más.
En
medio de toda esta polémica, Picasso muere sin ver el cuadro en
suelo español, donde se traerá una vez restaurada la democracia. Ni
tampoco llega a oir al embajador alemán asumiendo la paternidad del
bombardeo a la Legión Cóndor. Cuando muere Picasso, el cuadro
todavía se custodia en Nueva York. Pero lo trascendente de todo este
asunto, que me permite regresar a las primeras líneas de este
análisis es que gracias al cuadro se pudo levantar toda la polvareda
que le siguió. De lo que Nevins se quejaba era de esa latencia, que
solo el arte puede mostrar, prueba es que aún hoy se percibe. Sin el
Guernika todo habría desaparecido. Lástima, concluyo, que no
existan mas Guernikas.
Antonio Carrasco Sabroso 2º A3
BIBLIOGRAFÍA
- Southworth, H. R. (1977): La destrucción de Guernica: periodismo, diplomacia, propaganda e historia. Madrid. Ed. Ruedo Ibérico.
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