En una crítica de la prestigiosa
escritora estadounidense, Pauline Kael, se adivinaba el estado del
western norteamericano en los primeros años de la década de los 60:
“si ahora tememos ir a ver un “gran” western es porque “grande”
ha llegado a significar lento y pictóricamente sereno. Nos acunan
hasta dormirnos con el “afectuoso”, “puro”, “auténtico”
escenario del Oeste, o para variar, nos aporrean con mensajes en los
westerns “maduros”. Esa denuncia del estatismo que dominaba
el género hacía referencia a obras que, sin embargo, llegarían a
ser obras maestras como “El hombre que mató a Liberty Valance”
(John Ford, 1962), por poner un ejemplo de obra incomprendida en
su momento. Pero tras el visionado de esta película, uno no puede
sino darse cuenta de la transformación del género, del desencanto
que había adquirido hasta mutar por completo un código hasta
entonces reconocible y muy disfrutado por el público. La épica
había desaparecido, y ahí es donde tenemos que dar la razón a
Kael. Atrás quedaron los tiempos de “Cimarrón” (Wesley
Ruggles, 1931) o “La diligencia” (John Ford, 1939). Incluso
películas más recientes como “Raíces profundas” (George
Stevens, 1953) o “El hombre de las pistolas de oro”
(Edward Dmytryck, 1959). No solo el western, los diferentes
géneros y subgéneros cinematográficos estaban modificando sus
reglas, pero no todos lo soportaban igual de bien. El western era
propiamente escapista, y las dosis pesimistas con que lo impregnaban,
no calaban bien entre los espectadores, que veían caer a sus grandes
héroes del pasado. Como si se dieran cuenta realmente de quiénes
eran. “los mitos en los que de todos modos nunca creímos eran
falsos” terminaba diciendo Kael.
(fotograma de "La diligencia", 1939)
La industria de Hollywood no era
inmune a estos cambios, y en esa crisis en favor de la televisión,
reduce la financiación de un 34% en 1950 a un 9% en 1963. El género
que había llenado sus arcas ya no era pasatiempo favorito como en
décadas anteriores. El público se queda en casa abrazando seriales
y concursos de televisión, mientras las pantallas de cine se quedan
vacías.
¿Cómo entender entonces que a
principios de los sesenta, Leone pensase que en el western había
encontrado un gran filón para explotar? Todo a su tiempo. En
cualquier caso, hablamos de una de las cinematografías más
perjudicadas por entonces. 1963 registraba las peores cifras del cine
italiano. Una industria influyente y de las más respetadas del
panorama mundial. Su mejor baza hasta entonces, el peplum, estaba
pasada de rosca, y con cada película que se estrenaba, mayores
muestras de agotamiento mostraba. Esto no quita para que muchos
directores aún pudieran vivir de sus beneficios, (tanto es así, que
hasta que comenzó a rodar “Por un puñado de dólares”, Leone
llevaba dieciocho meses de descanso, viviendo de lo recaudado por
“Sodoma y Gomorra”).
El cine italiano en 1963, según
narra Georges Sadoul se dividía en tres estratos: en un primer
puesto se encontraban los tres grandes autores, como eran Federico
Fellini, Michelangelo Antonioni y Luchino Visconti. Sus creaciones
traspasaban fronteras (Fellini tenía ya dos Oscars de la Academia, y
los tres habían ganado a principios de los 60 la Palma de Oro en
Cannes) y daban la mejor imagen de lo que Italia era capaz de
producir. Por debajo había multitud de autores, con ciertas
pretensiones, muchos de ellos ciertamente efectivos, pero que no
llegaron nunca al nivel de los tres antes nombrados. En este sentido,
Sadoul se equivoca, al apartar del podium a artistas tan importantes
como Pier Paolo Passolini, Mario Monicelli, o Vittorio de Sica (el
cual llevaba triunfando dos décadas tanto en la realización como en
la interpretación). El cine popular del que hablaba al principio
entraría en el tercer estrato, junto con la comedia meridional, que
durante esta época funciona bien en taquilla. También llamada
“comedia del milagro” aborda el contraste entre las dos Italias
del momento: la rural (víctima de la pobreza, la superchería y la
religión, cuyos personajes sobreviven a base de picardía) y la del
“milagro económico” de donde toma nombre el subgénero. Mucho
más industrializada, experimenta en esta época la inmigración del
mundo rural. Será este choque, bien explotado por la comedia, el
responsable del gran éxito. Producciones modestas, pero muy
agradecidas para los bolsillos de los magnates.
(fotograma de “Il sorpasso” de
Dino Risi, 1962. “Comedia del milagro” italiana)
Como se puede comprobar, siendo
este el panorama donde se instalaría, nada hacía presagiar el éxito
del western en los estudios de Cinecittà. En mitad de tanto
neorrealismo trufado de comedia y drama, la futura y exitosa
presencia y correrías de los deformados vaqueros norteamericanos. Y
es que hay un insospechado caldo de cultivo que no tarda en calar
tanto allí como en España, y procedente del lugar más
insospechado: Alemania. Y todo gracias a la figura de Winnetou.
Antonio Carrasco Sabroso 2º A3
Bibliografía:
- Sadoul, G. (1998) Historia del cine mundial desde los orígenes. Madrid. Ed. siglo veintiuno.
- Frayling, C. (2000) Algo que ver con la muerte. Sergio Leone. Madrid. T&B Editores
No hay comentarios:
Publicar un comentario