domingo, 17 de noviembre de 2013

LA TRILOGÍA DEL DÓLAR II: LA MUERTE TENÍA UN PRECIO (PARTE III): EL CINEASTA, EL MÚSICO, EL MALO.

Poco debió importar a Sergio Leone que el villano que había elegido para su largometraje hubiera abandonado el negocio del cine y se dedicara entonces a pintar a tiempo completo en su casa de California. Era el candidato ideal. La misma intuición que había mostrado con Lorenzo Vincenzoni la demostraría con Lee van Cleef. Actor secundario con una decena de películas a su espalda, cuyo común denominador consistía en que no había sobrevivido en ninguna, no corría su mejor momento. No pasaría mucho tiempo antes de que el actor pudiera darle las gracias. A lo que el director respondería de la siguiente manera, que debía ser así. Dejando aparte esta conversación, no por imaginada, ficticia, el director italiano no disponía de mucho tiempo, todo estaba a punto y tenía las cosas demasiado claras como para cambiar. Nada más empezar el rodaje, el actor comprobó lo precipitado de su elección, empezando todo por algo esencial para su profesión, la barrera idiomática: “ se hablaban cinco idiomas -dice Van Cleef-: griego, alemán, italiano, alemán, español, ¡y un inglés cockney que yo era más incapaz de entender que el griego!”. Por suerte, tras acabar de rodar la película, tendría tiempo para cambiar su registro durante el doblaje en Roma (lo mismo le pasó a Clint Eastwood, del que se dice que en esta película cambió su registro vocal por otro que no cambiaría nunca, dicen que inspirado en el susurro de Marilyn Monroe), pero antes de eso, tuvo que memorizar las frases de todos los integrantes para saber cuándo debía entrar. Contaba con el apoyo de Leone, caracterizado por ser bastante amable con sus actores siempre que no se chocase con su perfeccionismo abiertamente.

Lee Van Cleef, villano por excelencia

Durante el rodaje todo el mundo notaría la evolución que se estaba experimentando en el cineasta. En la gran atención que prestaría a todos y cada uno de los detalles, pero también en el dominio de la narrativa, así como en crear desde el principio una atmósfera. Comienza la película (después de la dura frase del comienzo, genial resumen del spaghetti western) con la figura del jinete avanzando por el desierto con un característico silbido. Solos él y el sonido del viento, algo épico. Tanta tranquilidad es interrumpida por un disparo... el jinete es herido, el caballo huye atemorizado y solo queda el viento... entonces los títulos de crédito aparecen acompañadas de una ráfaga de disparos... Ni siquiera ha empezado la película y el público está emocionado. Es un arranque perfecto, que ningún imitador conseguirá.

La ciudad de el Paso estaba muy lograda. Y los escenarios que no podían construir, los buscaba fuera, aprovechando los contactos con el jefe de casting, amigo del alcalde. Es el caso de la conversión de una de las iglesias de un pueblo cercano a las Matas, en las que lograron introducir numerosas esculturas, para mexicanizar el recinto sagrado.

El rodaje funcionaba, y el director sabía sacar partido de sus elementos. Los actores, el equipo... Faltaba la música. La trilogía del dólar no sería la misma sin las composiciones de Morricone, siempre dispuesto a experimentar con diferentes instrumentos. Si la gente observó un punto de inflexión en Leone, no fue menor la apreciación con el compositor. Aquí será la primera vez en que funda la historia con su música, no en el sentido de ambientarla, sino que la historia no pueda entenderse sin ella (o al menos, su uso de una nueva dimensión). Es el caso de los flashbacks, donde se utiliza para adentrar de una forma más onírica en los recuerdos, y también en la intensidad con la que estos se van sucediendo. De esta forma, podemos imaginar aún sin ver las imágenes, cuáles son los recuerdos más intensos del personaje. Lo mismo ocurre con las escenas en las que el villano acude a las drogas para paliar los síndromes de abstinencia que tan violento le vuelve. Con ese zumbido acompañado de un fundido a negro, sabemos que el villano ha recibido su dosis (algo inédito en el cine). En cuanto a la experimentación antes mencionada, lo decía por la caja de música o carrillón de la que se sirvió; tan famosa debió de ser durante el rodaje, que a pesar de que la película ya nació con el título (“Per qualche dollaro in più” en original, una llamada de atención al público de que la intención del la película sería la de ofrecer más y mejor), durante la realización se la denominaba “El carrillón”.



Dos meses duró el rodaje, y cuando acabó, la primera parte seguía gozando de un éxito muy superior a sus numerosas copias. Como dije antes, la crítica se deshizo por primera vez en elogios (si bien las críticas negativas no dejaban de sucederse, críticas agresivas, que derivarían en la denostación del subgénero spaghetti en su totalidad). En 1965, “La muerte tenía un precio” destronó a “La dolce vita” (Federico Fellini, 1960) como la película italiana más taquillera de la historia, no solo superándola, sino duplicando sus ingresos. La situación económica de Leone ascendió muy notablemente, mudándose incluso a un barrio de gran prestigio a las afueras de Roma. Debía mucho al western, claro está, pero de la misma forma que el western a él. Y sucedió y lo inevitable. En mitad de ese éxito y la obsesión que el tema le había despertado, poco menos de un año después, Leone volvió a su terreno para completar su aún innominada “trilogía del dólar”.

Antonio Carrasco Sabroso 2º A3


BIBLIOGRAFÍA

Para la realización del comentario de esta película han resultado imprescindibles las siguientes fuentes de consulta:

  • Frayling, C (2002) Sergio Leone. Algo que ver con la muerte. Madrid. Ed. T&B
  • Aguilar, C. (1990) Sergio Leone. Madrid. Ed. Cátedra.


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